top of page

CKICK TO CHOOSE A SECTION >>>

LIBRE

 

"¡Libre!, ¡libre!". Eso fue lo primero que pensé. El grito que resonó en mi cabeza era tan fuerte, que me temblaron los globos oculares. "¡Libre!".

Entré en todos los establecimientos. En uno de ellos, cogí el brazo de poliuretano de un maniquí y no deje nada que pudiera ser reconocible. Comí cuanto quise y lo que quise y, al final de la tarde, llevaba puesto sobre mi cuerpo la combinación textil más censurable que pude encontrar. Finales de primavera, una temperatura agradable para pasear incluso para correr. Eso hice. Grité, bailé, pataleé sobre bancos y monumentos, salté de montículo humano en montículo humano, jugué a la pelota con los restos de un amasijo de carne. Los ruidos que hacía era gracioso, era como patear una bolsa de salchichas. "Frankfutbol".

A media tarde, encontré un deportivo descapotable, como los de las "pelis". Se había empotrado contra una pared y se había llenado de polvo sin embargo como por milagro, parecía en perfectas condiciones, como recién salido del concesionario. Intenté encenderlo, encontré las llaves en el bolsillo del conductor, aparté su cuerpo a un lado y me puse las gafas de sol de la guantera, encendí la radio y me imaginé conduciendo por la interestatal. "Brrm brrrm" imité, " It's Something in the air...", rezaba la radio, David Bowie se hacía eco en la vía principal.

Siempre pensé que llegados a este punto una ciudad se quedaría sin electricidad, no fue así. Al día siguiente no me despegué de una pantalla de treinta pulgadas y quemé las últimas consolas del mercado en la sección de electrónica. Salí un rato a airearme, encontré una bicicleta con la que llegué hasta el distrito norte. Aquellas calles olían fatal, pero había cosas más interesantes, dormí y pasé el siguiente día allí. Conseguí unas revistas guarras de esas que no le gustaban a mamá, papá me habría dado con el cinturón.

Por lo menos aquel verano no iría a esas reuniones en el campo a plantar cultivos con esos hábitos ridículos. Sino era de rodillas recogiendo habas nos pasábamos el tiempo de rodillas rezando. Pero ahora eso se había acabado.

Debo admitir que lo de patear estómagos era más divertido cuando la persona se movía, si sentía mi pie en sus vísceras, si emitía algún chillido que me indicara que hacía bien el trabajo. Algún borracho en un rincón, un borracho con vida, es lo que me vendría bien ahora. Los dos días siguientes me cansé de bañarme en la playa fluvial y de dormitar en el parque, intentando encontrar alguna ardilla que pudiera mantenerse en pie, piedra en mano.

Ya no quería gritar, ni correr. De repente, quise incluso poder volver a casa y encontrar a mis padres allí, o quizás me bastase con gente. Aquello era aburrido, los cadáveres no ofrecen mucha distracción, no por mucho tiempo.

Si las cosas habían cambiado de un día para otro, ¿por qué no podrían volver a retornar a su estado inicial?, una sirena que sonase de nuevo, otra nube blanca, y ¡zas! vuelta a la normalidad.

Pensé que estaba loco, eso es lo que siempre había querido, ¿no era así? Seguro que quedaban una infinidad de cosas interesantes que hacer. Después de todo, la gente siempre molesta, siempre te trata como si sobraras. La gente tarda en darse cuenta quien es importante y quien no, había que mostrárselo y aquello, al final, acababa cansando. No sé cómo su propia ignorancia no les devoraba por dentro. Un mundo sin escoria es un mundo limpio.

"Pero, ¿qué pasa?", me interrogó una voz interior en la sección de congelados del hipermercado "¿Qué pasa si alguien se te ha adelantado?, ¿qué pasa si tú has nacido para limpiar la escoria y, ya ves, ahora han contratado a un nuevo barrendero?". Di mordiscos distraídos a los helados, cada uno de un sabor, de dulce a acido, la misma transición se reflejaba en mis pensamientos. "Tú ibas a ser importante a base de mantener a la escoria del mundo a raya, ¿pero ahora, chico?, ¿qué te depara el futuro, qué sentido tiene tu vida?".

El día me cogió desprevenido murmurando maldiciones en el asiento trasero de un "Camaró". Me mareé y casi vomito debido a la incorporación repentina. Algo me había despertado, no pude creerlo. Trastabillando y cubriéndome con una mano la cara para protegerme del sol tirano, corrí avenida abajo.

"No puede ser", me dije, pero lo escuché de nuevo, un ladrido. "¡Un perro, un jodido perro!". Volví a escucharlo, pude calcular su posición, fue al doblar la esquina del restaurante chino cuando pude oír algo más, una voz, una voz suave y aguda.

Era una niña despelujada acompañada por su perro, parecía estar buscando algo en un puesto volcado de perritos. Acariciaba al cachorro y lo consolaba. "Perdone señor tengo hambre, perdone que no se lo pague", le decía al cadáver con delantal retorcido en la acera.

La niña se asustó, fue mi culpa, no pude evitar la risa histérica. "¡Por fin!", me dije. Me acerqué a sonriendo de oreja a oreja, despacio, atravesando los cuarenta metros que nos separaban. La niña me regaló un tímido "hola", el perro ladró y dio vueltas alrededor de ella.

Se acercó despacio, sollozando, estaba realmente aliviada. Yo me encontraba exultante. A los veinte metros el perro decidió adelantarse a su ama y, trotando, vino a olisquearme, a los quince metros yo ya me había hecho con un hierro que había en un contenedor industrial.

El perro gañó ante el primer golpe y huyo deprisa. Sangraba. No quise correr, hacía demasiado calor y quería saborear el momento. La niña paró su lento avance y me miró con ojos dilatados. Tardó quince segundos en reaccionar, luego echó a correr detrás del animal. Yo no, después de todo, tenía todo el tiempo del mundo y un solo objetivo. Esta vez el grito no se quedó en mi cabeza.

—¡Libre! —grité.

 

 

 

 

bottom of page